Angel Rubio, actor, director, productor y dramaturgo mexicano ha trabajado durante casi 4 años en centros penitenciarios y correccionales para menores con talleres y proyectos específicos a través de las artes escénicas. En 2018 fue invitado por Itandehui Gutiérrez a trabajar un proyecto con el Reclusorio Norte, lugar donde ha logrado desarrollar una investigación escénica y de espacios de contexto de violencia, sobre cómo es que las expresiones artísticas pueden funcionar para la transformación más que la denominada reinserción social.
Este activo teatrero originario de la Ciudad de México detalló que desde hace casi 4 años comenzaron a buscar en correccionales de jóvenes privados de su libertad, llevar teatro. “Comenzó con un montaje de Enrique V en León Guanajuato; luego empezamos con talleres aislados y después llegué al Reclusorio Norte en CDMX. Hay una línea que nos rige, que tiene que ver con la ética del cuidado, la responsabilidad y el generar espacios de imaginación alternos a la realidad de estos lugares”. La metodología va en ese sentido, de cómo es que con las mismas habilidades de los integrantes puedan ser dignificadas y valoradas, que se dé a conocer que no las personas que están privadas de su libertad son personas como cualquier otra que por azares del destino están entre esas paredes pero no dejan de ser humanos.
El trabajar en estos contextos y aún más con este centro penitenciario en específico, ha representado una serie de retos para el equipo de Arte Sin-Frontera, primero el mantener ese involucramiento afectivo todo el tiempo, “la primer línea que pienso es el valor humano, tiene que ver con generar una confianza dentro y fuera”, demostrar que si se puede conseguir un ambiente de respeto en medio de un espacio de violencia como es un reclusorio, entonces queda una enseñanza para que en la cotidianeidad se replique.
“En este grupo específico hemos confiado de ida y vuelta, de adentro para afuera y de afuera para adentro. El cuidado que tenemos con todos y ellos con nosotros, rompemos con esa idea de lo que tiene que ser un maestro. Le apostamos por un ejercicio pedagógico de aprendizaje mutuo. Una retroalimentación constante”. Este formato es lo que ha generado una gran participación de internos en los talleres artísticos que ofrecen en este espacio.
Si bien, no existe un programa específico de teatro penitenciario, se ha trabajado con las artes escénicas en un contexto de privación de la libertad como un canal abierto para todas las disciplinas, “la misma banda ve que no es solo un lugar para el teatro, es un lugar para imaginar cosas y donde todo puede ser posible en términos de espacio simbólico y arquitectónico”.
-¿Cómo lograr todo esto si desde lo burocrático, la cultura no ha sido prioridad para los gobiernos y aún más, el sistema penitenciario es por demás complicado?
“Tener presente que el eje que nos conduce jamás ha sido el dinero. Yo entré por un proceso que estoy teniendo de investigación escénica y espacios de contexto de violencia, cómo las expresiones artísticas pueden funcionar para transformar, no para la reinserción social (porque ahí tengo un dilema. La palabra reinserción está un poco manipulada porque en realidad sería reinsertarlos a un modo que ya está operando y que en realidad nunca fuimos parte de ella. Sobre todo porque las personas pobres somos las que siempre estamos relegadas, las que que siempre estamos vulneradas en términos económicos, políticos, culturales, sociales). Tiene que ver más bien con procesos de liberación humana, de modificar el lenguaje y de habitar un mundo en verdadera comunidad y colectividad.
En diversas ocasiones se ha colaborado con autoridades, con becas y otras tantas de manera privada con los recursos propios, con el objetivo principal de compartir, de dignificar a esas personas que por diversas circunstancias están pasando por un proceso legal pero no por ello dejan de tener el derecho a la vida digna.